domingo, 18 de marzo de 2007

LA SANTANDEREANIDAD: UN DEBATE EN CONSTRUCCIÓN

LA SANTANDEREANIDAD: UN DEBATE EN CONSTRUCCIÓN

Por: Amado Antonio Guerrero Rincón Armando Martínez Garnica Profesores Escuela de Historia UIS Documento publicado por la Revista Pretextos 17-18 diciembre de 2004

El Plan de Desarrollo del Departamento de Santander contempla la puesta en marcha de un programa de introducción del Proyecto Educativo de la Santandereanidad en todos los doce grados del sistema de enseñanza básica, el cual debe comprometer a todos los profesores y a la nueva generación de santandereanos que se encuentra matriculada en las instituciones escolares. La determinación del concepto de Santandereanidad fue el tema de varias reuniones de gestores culturales organizadas por la Secretaría de Educación Departamental durante el primer semestre de 2004 y del Simposio titulado “Santandereanidad: construcción de identidad”, que la UIS, conjuntamente con el Banco de la República y FUSADER, organizaron en el Auditorio del Banco de la República en el mes de septiembre del mismo año.

En estos eventos, surgieron algunos puntos de debate, uno de ellos el relacionado con los orígenes de los referentes histórico-culturales que podrían servir de base para la construcción e implementación del mismo proyecto educativo. La primera argumentación está relacionado con la aspectos histórico-culturales y la configuración del espacio territorial santandereano; pues la historia señala que los procesos de formación geológica del actual departamento de Santander tiene unos 6.500 millones de años, aunque su territorio comenzó a emerger del fondo marino apenas hace unos 55 millones de años y sólo hasta hace aproximadamente 25 millones de años término esta dinámica cuando afloró la mesa de Barichara, Y aunque estas fechas parezcan tan distantes, lo cierto es que han marcado el destino histórico y económico de la región, pues es en la forma como se fueron configurando estos procesos donde se encuentra la explicación sobre la cantidad y calidad de los recursos naturales y mineros con que esta dotada la región, los cuales potencializan su perspectiva de desarrollo.

Pero si la naturaleza dotó a la región con unas determinadas riquezas naturales, es el hombre, en su acción social, quien ha definido la forma en que ha explotado y puesto a su disposición aquellos recursos. Y esta presencia humana, la de nuestros antepasados, sólo se comenzó a sentir hacer unos 13.000 años, cuando grupos de cazadores se establecieron en la zona santandereana del río Magdalena. Poco a pocos estos hombres fueron ascendiendo por la cordillera oriental para consolidar un proceso de poblamiento que tuvo como escenario principal la zona andina de la región y que sólo hasta finales del siglo XIX y comienzos del XX se revirtió para colonizar la zona del valle del magdalena. Sin embargo sería necesario un siglo más para que estas tierras se vincularan activamente al desarrollo de la economía de la región, con el impulso de la minería, la ganadería y las actividades agropecuarias.

Durante este periodo de tiempo la relación del hombre con su medio ambiente y la construcción de su entorno social, ha producido situaciones de desequilibrio, atentando en unos casos contra la dinámica de crecimiento poblacional, como sucedió con la llegada de los conquistadores españoles, cuando se necesitó de tres siglos para volver a recuperar los volúmenes de población que había al comienzo del siglo XVI; o en otros cuando la irracionalidad de un sistema productivo que descansa sobre la tala indiscriminada de bosques, la sobre explotación de los suelos y la contaminación de las aguas, ha puesto en peligro el patrimonio natural y por ende el futuro mismo de los asentamientos humanos de la región, como sucede en tiempos recientes. Como se observa, la historia del espacio territorial que hoy se percibe como Santander trasciende varios miles de años, aunque sólo se tenga noticias ciertas de tiempos muy cercanos.

La forma como los antepasados estaban organizados social, económica y políticamente, la percepción y las relaciones establecidas con la naturaleza, la definición y delimitación de territorios, entre otros, hacen parte de esta historia. La presencia de varios grupos étnicos diferenciados social y culturalmente, con desiguales niveles de organización socio-política y patrones de poblamiento, permite suponer que también existían diferentes formas de organización territorial y de relacionarse con el medio ambiente, según el estadio cultural del grupo étnico en cuestión. En el caso de los grupos de ascendencia muisca se tenía una estructura política que reconocía la existencia de líneas ascendentes de autoridad, la necesidad de transferencia de excedentes, la existencia de territorios ya definidos, una división social del trabajo y una cultura sedentaria, lo cual determinaba unas necesidades muy concretas con respecto al territorio que controlaban.


Estas mismas necesidades podrían ser cualitativamente diferentes en el caso de los grupos de influencia caribe que tenían una organización socio-política menos compleja y una economía que aún incorporaba la caza y recolección como actividades básicas para su subsistencia. La relación espacial y con el medio ambiente de estos grupos era cualitativamente diferente, lo que contribuía a fragmentar la organización territorial de la región. Con la llegada de los españoles la concepción del espacio y del medio ambiente cambió radicalmente. Desde el punto de vista social y cultural se introdujo la noción de provincia para señalar la existencia de diferentes sociedades indígenas que conformaban “unidades sociales diferenciadas”, aspecto que facilitó la identificación y el posterior repartimiento de los indios en unidades de encomienda y la asignación de las cargas tributarias.

Así fue posible identificar las comunidades indígenas pertenecientes a las comunidades Guanes, Yariguíes, Muiscas, Laches y Chitareras, etc., ubicadas en diferentes zonas del territorio regional. Pero si desde esta forma se reconoció la existencia de un orden sociocultural diferenciado, desde el punto económico y administrativo la concepción del espacio se homogeneizó y estandarizó, introduciendo sustanciales modificaciones: en primer lugar, la ocupación del espacio y el poblamiento español estuvo mediada por el objetivo de alcanzar el mayor aprovechamiento de los recursos naturales y humanos, lo que se concretó a través de la explotación aurífera y del encauzamiento hacia ella de la fuerza de trabajo indígena y esclava; en segundo lugar, por el énfasis puesto en la producción de bienes mercantilizables, y en tercer lugar, se reestructuró la administración del territorio para tratar de alcanzar una mayor legitimidad y desarrollar el proyecto de dominación colonial.

Con estas modificaciones se inició lo que se podría considerar como una nueva fase en el proceso de ordenamiento del territorio regional, en el que se introdujeron otras formas de organización humana del espacio y una nueva geografía político-administrativa en el sentido en que indicaba el territorio en el cual se ejercía una determinada jurisdicción, bien fuera el caso de un Corregimiento, con su corregidor a cargo, o los límites jurisdiccionales de los cabildos de las ciudades y villas recién fundadas, hasta la concreción de formas administrativas ligadas a la “Gobernación”, como en el caso de la gobernación de Girón. Este conjunto de fenómenos se manifestaron explícitamente con la reestructuración organizativa de los territorios conquistados. La administración colonial impuso nuevas concepciones, nuevas instituciones y obviamente un nuevo ordenamiento territorial, el cual tuvo como espacio la jurisdicción de la ciudad y como referencia institucional al cabildo. La fundación de una ciudad o una villa, significaba simple y llanamente el establecimiento de un derecho fundamental, el cual aseguraba la posesión de unos términos –territorio- dentro del cual las autoridades del cabildo ejercían jurisdicción administrativa y de justicia en primera instancia y se distribuían los recursos naturales y humanos en beneficio de los vecinos de la ciudad.

Como se observa, se hace especial énfasis en los aspectos históricos y culturales, en la búsqueda de la formación de los valores y atributos que hoy contribuyen a identificar el hombre santandereano.

Una segunda disertación giró en torno a la siguiente argumentación: el concepto de Santandereanidad hace referencia a las cualidades que determinan al ser social titulado Santander, es decir, a los atributos culturales de la sociedad santandereana. Si desechamos la idea que reduce la cultura a una cosa subsistente que se tiene o no se tiene, adoptando en cambio la idea que presenta la cultura como el conjunto existencial de los modos de decir, hacer y representar de una persona o de una sociedad determinada, digamos que los atributos culturales designados por la palabra santandereanidad son los modos, históricamente determinados, como los santandereanos dicen, hacen y representan en el mundo en que viven.

La identificación de los atributos culturales que conforman el legado histórico del modo de ser santandereano debe partir del propio origen de la entidad política titulada Santander. Esta entidad fue creada por el Congreso Nacional en 1857 y dotada de una carta constitucional por la Asamblea Constituyente que se reunió en Pamplona a finales de ese mismo año, la cual recogió una tradición ideológica que se remonta al año 1809, cuando los socorranos redactaron las instrucciones para el diputado que iría a la Junta Suprema de España y las Indias. Un viajero francés que llegó a la villa del Socorro en 1823, Gaspar - Théodore Mollien, registró la efectividad de la temprana recepción del proyecto ciudadano en esta provincia: “entre ellos no se dan más tratamiento que el de ciudadano, y parecen acrisoladamente leales al régimen republicano”.

Los atributos señalados para el modo político de ser santandereano corresponden a una posibilidad de existencia social elegida por los dirigentes políticos de la Generación del 7 de marzo que consistía en la negación de las tradiciones culturales que ellos juzgaron peyorativamente como “coloniales”, pasando a la formación de las nuevas tradiciones culturales liberales en las siguientes generaciones. De este modo, la Carta de 1857 impuso a los santandereanos la permanente tarea de convertir a la República en una nación moderna de ciudadanos libres, iguales ante la ley, y propietarios. En lugar de haber elegido la posibilidad de reproducir las antiguas tradiciones culturales de la vida política, eligieron la tarea de transformarlas mediante la construcción permanente de las nuevas tradiciones liberales del decir, el hacer y el representar.

El proyecto de reformas liberales escogido por los legisladores que constituyeron a Santander en 1857 corresponde al proyecto general de la modernidad en Occidente, es decir, al destino social que, en vez de concebir el mundo como un lugar ya hecho desde y para siempre, del cual no somos responsables, prefiere concebirlo como un lugar que siempre estamos construyendo y que, por ello, depende de nuestras decisiones y de la voluntad que pongamos en edificarlo. Así, en vez de asumir pasivamente un legado de atributos culturales indiscutibles, que no nos impone más deber que transmitirlo a las futuras generaciones, se eligió la posibilidad de construir los nuevos atributos de una nación moderna que depende de nuestras decisiones diarias. La nación no es entonces algo que ya nos legaron nuestros antepasados, sino un “plebiscito de todos los días” que nos impone la formación constante de los atributos culturales de la modernidad. La nacionalidad, al igual que la santandereanidad, son empresas que hacemos nuestras en cuanto nos hacemos cargo de Colombia o de Santander como algo que, por pertenecernos, nos obliga diariamente a decidir en procura de su destino.

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